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Aquí hay cuatro de los mejores hábitos investigados que hemos encontrado que son efectivos para crear felicidad y optimismo y hacerlo contagioso para quienes te rodean. Intente hacer uno de estos hábitos durante 21 días; solo le tomará unos minutos.
Cada día, fíjese la meta de simplemente agregar tres sonrisas a su día. Suena demasiado fácil, pero cuando sonríes, tu cerebro cambia y te sientes más feliz. Si está en el trabajo o deja a sus hijos en la escuela, siempre hay personas que vemos que no reconocemos. En cambio, trate de sonreírles conscientemente y ver la reacción que obtiene. Este hábito es poderoso porque le está mostrando a su cerebro que hay personas en su comunidad con las que puede conectarse y amplía su círculo.
Sonreír también aumenta la cantidad de apoyo social percibido que tienes cuando las personas que conoces te devuelven la sonrisa.
Escriba o diga en voz alta tres NUEVAS cosas por las que está agradecido, idealmente con alguien más cada día. Pueden ser simples, como "Estoy agradecido por este café" o "Estoy agradecido por la luz del sol", pero no puede repetir ninguno en el transcurso de 21 días. Hacer esto entrena tu cerebro para ver más cosas positivas en el mundo. Tu cerebro en realidad mejora en ser más positivo.
Cada día solo di un cumplido agradable a tres personas diferentes, como “tienes la mejor sonrisa” o “¡eres tan compasivo!” Tiene que ser un verdadero cumplido para trabajar. Pero cuando lo hagas, observa cuánto recarga tu batería, ya que te das cuenta de que tienes el poder de hacer un mundo positivo. Cuanto más significativo y específico seas con los demás, a menudo mayor será el beneficio.
Usa tu batería supercargada para llenar la batería de otra persona haciendo un acto de bondad al azar CADA día, como recoger el correo de alguien o traerle un café cuando sabes que se siente agotado. Obviamente, esto es bueno para el destinatario, pero a menudo también es una ventaja para usted.
Autor: Shawn Achor y Michelle Gielan - Good think
Señor rector de la Universidad de Costa Rica; miembros del Consejo Universitario; autoridades que amablemente nos acompañan; profesores, alumnos, amigas y amigos:
Me enorgullece que una casa de estudios como ésta me haya premiado con un doctorado, gracias al cual puedo dirigirme a ustedes, mujeres y hombres, que desde la educación, la escuela y la universidad trabajan en la conquista de un mundo más justo, donde los sueños se acerquen más a la realidad.
Estoy seguro de que quienes tan generosamente han considerado oportuno concederme esta distinción, lo han hecho con la intención de reconocer los méritos de una persona. Pero al hacerlo, deben saber ustedes, que también están reconociendo a un colectivo de mujeres y hombres que han construido su vida a partir del oficio de cantar y de escribir canciones, y para quienes el valor y la fuerza de la palabra es fundamental en su quehacer. Con todos ellos quiero compartir este reconocimiento.
De otros aprendí el oficio de cantar y hacer canciones. De otros que antes lo aprendieron de otros. Y me hace feliz pensar que, tal vez, con mi trabajo habré podido ayudar al aprendizaje de los que siguen. Me siento un hombre privilegiado que trabaja en lo que le gusta, y al que —además— le pagan por hacerlo. Me siento una persona querida y respetada que canta por el gusto de cantar… Y además siempre me dan mesa en los restaurantes.
Con canciones me expreso y me comunico con los demás. Escribo mirando a mi alrededor, pero también volviendo la mirada a mis interiores. Escucho las voces de la calle, pero también oigo los ecos. Escribo dejando volar los pensamientos, pero también clavando los codos en la mesa. Que escribir es mucho más que el fruto de momentos inspirados. Es el resultado del esfuerzo, de la porfía por amasar palabras, por tejer y deshacer mimbres. Y si las musas, siempre escurridizas y engañosas, acudieran a darme una mano, serán bienvenidas. Y les agradezco lo que vale, pero sin confiar absolutamente nada en su voluble lealtad.
Dice el refrán que quien canta, su mal espanta. Y es verdad. Cantando, conjuras los demonios y conviertes sueños en realidades. Cantando compartes lo que amas y te enfrentas a lo que incomoda. Las canciones viven en la memoria de la gente viajan y nos transportan a tiempos y lugares donde un día tal vez fuimos felices. Algunas son personales e intransferibles. Otras aglutinan sentimientos comunes y llegan a convertirse en himnos. Todo momento tiene una banda sonora y todos tenemos nuestra canción. Esa canción que se hilvana en la entretela del alma y que uno acaba amando como se ama a sí mismo.
Entre las muchas cosas que he de agradecerle a la vida, es este oficio que me ha llevado a caminar al mundo, sin que las penurias económicas o políticas me empujaran a hacerlo. Y es ese ir y venir donde he conocido gentes de todo tipo y condición, en lugares distintos, diferentes a aquellos lugares en los que crecí, con otras costumbres, con otras maneras. Todo ello, lejos de llevarme a consolidar y concretar una idea de patria sublimada y distante, me fue consolidando en el descubrimiento: la patria para unos es el territorio, para otros es el idioma, para otros la niñez, para algunos algo con lo que llenarse la boca y otros con lo que llenarse la bolsa.
Yo he reconocido mi patria por los caminos. Lo aprendí de mi madre, que decía que su patria estaba donde sus hijos comían. Probablemente eso deben pensar las miles de madres que a lo largo y ancho del planeta caminan con sus hijos a cuestas, huyendo del dolor y de la guerra, dejando atrás la tierra que los vio nacer y buscando un lugar en donde sus hijos coman, crezcan y aprendan a convivir en paz, en una nueva patria temporal o definitiva. Viéndolos atascados en los barrizales, aguardando reemprender el camino, atorados en el descansillo, pongamos de una Europa, una Europa mezquina y desalmada, la orilla de un Mediterráneo que otrora fue cuna del pensamiento y puente de culturas. Viéndolos así, me pregunto: si alguien sabe decirme, ¿dónde queda la patria de esta gente? ¿Queda atrás, queda por delante?
Soy como todos ustedes fruto del tiempo y del mundo que me ha tocado vivir. Un tiempo de confusión y angustia, de soledad, de falta de referentes, donde se ha perdido la confianza en el sistema, en sus representantes y en sus instituciones. Donde los jóvenes se sienten engañados y los mayores traicionados y donde más que nunca nos necesitamos los unos a los otros, porque todos somos importantes, porque todos tenemos que sentirnos importantes.
En los últimos años, ha sido extraordinario el crecimiento tecnológico y científico que hemos experimentado. Pero también ha sido muy grande la pérdida de los valores morales de nuestra sociedad. Se han producido daños terribles a la naturaleza, muchos de ellos irreparables. Y es vergonzosa la corrupción que desde el poder se ha filtrado a toda la sociedad. Más que una crisis económica, diría que estamos atravesando una crisis de modelo de vida. Y, sin embargo, sorprende el conformismo con el que parte de la sociedad lo contempla, como si se tratara de una pesadilla de la que tarde o temprano despertaremos. Espectadores y víctimas parecemos esperar que nos salven aquellos mismos que nos han llevado hasta aquí.
Es necesario que recuperemos los valores democráticos y morales que han sido sustituidos por la vileza y la avidez del mercado, donde todo tiene un precio, donde todo se compra y donde todo se vende. Es un derecho y una obligación restaurar la memoria y reclamar un futuro para una juventud que necesita reconocerse y ser reconocida.
Tal vez no sepamos cuál es el camino. Tal vez no sepamos por dónde se llega antes. Pero sí sabemos qué caminos son los que no debemos volver a tomar.
Espero que ustedes, gente buena, instruida y tolerante, sabrán juzgar mis palabras con su intención, más que por la manera en que he sido capaz de expresarme. Mientras tanto, que los músicos no paren de hacer sonar sus instrumentos y que los poetas no dejen de alzar la voz. Que los gritos de la angustia no nos vuelvan sordos y que lo cotidiano no se convierta en normalidad capaz de volver de piedra a nuestros corazones.
Muchas gracias.
Aquí no hay viejos, solo nos llegó la tarde... Llegó la Tarde declamado por María Cristina Camilo, actriz y locutora Dominicana de 102 años.
Llegó la tarde ¡Tercera edad!
De Leda Fuertes de Casanova
¡Tercera edad!
¡Que linda frase!
Aquí no hay viejos
Solo, que llegó la tarde:
Una tarde cargada de experiencia
Experiencia para dar consejos.
Aquí no hay viejos
Solo que llegó la tarde.
Viejo es el mar y se agiganta.
Viejo es el sol y nos calienta.
Vieja es la luna y nos alumbra.
Vieja es la tierra y nos da vida.
Viejo es el amor y nos alienta.
Aquí no hay viejos
Solo que llegó la tarde.
Somos seres llenos de saber
Graduados en la escuela de la vida
y en el tiempo que nos dio postgrado.
Subimos al árbol de la vida.
Cortamos de sus frutos lo mejor
son esos frutos nuestros hijos
que cuidamos con paciencia
nos revierte esa paciencia con amor.
Fueron niños, son hombres, serán viejos.
La mañana vendrá y llegará la tarde.
Y ellos también darán consejos.
Aquí no hay viejos
Solo que llegó la tarde.
Joven: si en tu caminar encuentras
seres de andar pausado
de miradas serenas y cariñosas
de piel rugosa, de manos temblorosas,
no los ignores ayúdalos,
protégelos ampáralos.
bríndales tu mano amiga
tu cariño.
Toma en cuenta que un día
también a ti, te llegará la tarde.
Nuestros hijos no van a acceder a un mundo en el que encuentren trabajos que encajen en dos sencillas categorías: obreros manuales o empleados no manuales. Tampoco van a encontrar un mundo que necesite simplemente alumnos académicamente buenos o alumnos que no lo son. Irónicamente, fue en China donde una experiencia concreta me obligó a reformular mi aspiración como educador y quizá mi visión para nuestro futuro, debido a un encuentro en una escuela secundaria en Hefei que tuve hacia el final de mi viaje.
En general, los maestros entraban en aulas que parecían auditorios con bancos, los alumnos saludaban haciendo una reverencia y agradecían a los maestros que compartieran su sabiduría y su conocimiento, escuchaban sin interrumpir ni cuestionar y luego volvían a repetir la inclinación ritual. Hacia el final de mi visita, estaba sentado en un aula donde los chavales esperaban con una expectación que yo no había sentido antes, había un ambiente de excitación.
Entró cojeando un maestro anciano y lleno de arrugas, por lo menos tendría setenta años. Los alumnos se quedaron en silencio respetuosamente, el viejo se dirigió lentamente a la parte delantera de la clase, se inclinó ante los alumnos y dijo: “Queridos alumnos, gracias por asistir a mi clase de hoy. Espero que algo de lo que voy a compartir hoy con vosotros os resulte significativo y relevante”. A continuación, procedió a impartir lo que fue, para los estándares chinos, una sesión muy interactiva y dinámica, al final de la cual volvió a inclinarse ante sus alumnos y les agradeció su implicación e interés. Lentamente, se dirigió a la puerta arrastrando los pies y les fue dando las gracias de manera individual a medida que salían. Un poco perplejo por el carácter de esa clase y por la progresista y en ocasiones conmovedora experiencia, le pregunté a ese profesor por las razones de su enfoque didáctico. ¡Su explicación no se me olvidará nunca!
“Cada día me coloco ante estos jóvenes, que me miran con sus caras llenas de expectación y de esperanza, con su energía que irradia por el ambiente viciado de esta clase. Al mirarlos, pienso en mi interior que en algún pupitre en esta aula podría estar sentada la persona que encuentre la cura para el cáncer, o la solución para lograr la paz en el mundo. Podría ser la persona que componga la siguiente gran sinfonía que conmueva a la humanidad. Podría ser un futuro líder, médico, enfermero, maestro, medallista olímpico. No lo sé, pero lo que sé es que están ahí y mi trabajo es identificar y nutrir ese talento, no solo por su propio beneficio, sino por el posible beneficio de otros. ¿Existe una responsabilidad mayor o una oportunidad mejor que esa? Me considero afortunado, por eso es por lo que les doy las gracias”.
Las palabras de este anciano resumen para mí por qué es un error que sigamos buscando un modelo educativo cuya función esencial sea crear gente que se ajuste a los empleos disponibles. Ese fue el modelo que funcionó en un momento de nuestra historia y es el modelo que funciona en China en la actualidad. Nunca ha sido perfecto, ni lo será. Deja fuera de la ecuación a demasiadas personas con muchos intereses y habilidades fascinantes y valiosos, y, por tanto, las vuelve inseguras con respecto a quiénes son y cuál puede ser su papel en la vida.
En el presente y en el futuro, donde la vida se desarrolla de manera tan rápida y tan impredecible, lo único que sabemos es que tendremos que desarrollar nuestra especificidad y nuestras capacidades individuales. Tenemos que ser capaces de concluir la escuela con el bagaje necesario para enfrentarnos a un mundo que seguirá necesitando personal académico, profesionales, técnicos y trabajadores manuales, pero que también va a necesitar gente capaz de inventar las nuevas profesiones y formas de trabajar que sencillamente todavía no existen. Por esa razón tenemos que diseñar un sistema que pueda generar personas capaces de hacer que los empleos se ajusten a ellas.
Fuente: Crear hoy la escuela del mañana, la educación y el futuro de nuestros hijos - Richard Gerver